Me siento en una mesa del bar a comer un almuerzo improvisado y le digo que tiene veinte minutos para hablar antes de que empiece la película. Me cuesta acordarme, como siempre con él, como siempre que suena buena música... como siempre que no me importa demasiado. Pareciera que una vez que volqué mis experiencias en palabras después ya no puedo volver a formularlas. Dijo que solo necesitaba decirme dos cosas.
La primera: Que tengo algo que le vuela la cabeza y no lo entiende, que incluso habló de eso con su psicólogo (la idea me inquietó un poco), y que eso le gusta y le molesta a la vez, como siempre fue... Pero que ya no se siente exactamente igual que antes con respecto a mí, porque pasó mucho tiempo, porque la situación es muy distinta... Le creí.
Sé que aún le gusto, pero no tiene por qué seguir queriéndome así. Me dijo "Ya entendí que de un modo u otro siempre vas a ser inalcanzable para mí"... pasado ese punto, entendió también que ahora sólo nos queda agotar opciones para sobrellevar -y eventualmente superar- la relación enfermiza que igual tenemos, eternamente.
La segunda: ...la segunda me la guardo para mí, porque todavía no decidí qué hacer con eso. Dijo "Creo que ya sé cómo resolver esta relación enferma que tenemos, cómo darle un cierre...". Y lo que él se convenció de que sería un final definitivo, para mí podría tranquilamente ser un principio de algo aún más enfermizo, de algo peor.
Durante sus veinte minutos de habla, me dijo otra vez que parezco ser dos personas muy distintas, sobria o ebria, le digo que soy la misma, casi sin filtro social, o sin filtros por completo. Dice que tiene sentido, pero que igual no va a repetirme las cosas que le dije estando ebria la última vez (las cuales, para variar, no puedo recordar), dice que nunca se anima a creerme cuando le hablo en ese estado. Le digo que no me crea nada, que sobria soy muy sincera, pero ebria no sé. Pregunta "No era que ebria no tenías filtros ni inhibiciones?" le digo que justamente por eso puedo ser mucho más exagerada. Le digo que sobria, contra todo pronóstico, lo quiero, y me importa lo suficiente como para no lastimarlo, que ese es mi filtro, el que me impide jugarlo todo el tiempo. Recuerdo haberle dicho a Histeria también que no me crea nada de lo que le digo estando ebria... probablemente al decirle eso fue la única vez que le mentí.
Pausa de otros veinte minutos para pelear a muerte con mi pequeño caniche ninja... creo que ganó él, porque yo me retiré agotada. No es normal que un animalito que no llega a pesar 3,5 kg retenga tanta furia visceral desde su pancita. Con lo que me mordió las manos puede que me cueste tipear (?), y que me cueste retomar el hilo de lo que estaba escribiendo antes...
Retomo desde esa cuestión de ser inalcanzable para él, yo también lo creo así muchas veces, para él, para casi todos. No desde el punto de vista de ser un ser superior, o una femme fatale, sino porque la verdad con él, o con algún otro, podría haber hecho una buena pareja, podría haber funcionado, podría haber sido feliz. Todavía podría. Con él, con alguno más.
Pero no me dejo convencer hasta ese punto, algo en mí me lo impide: Entregarme, jugarmela, dejarme vivir un error hasta que se convierta en acierto. Aunque mi cuerpo esté ahí, en el parque, en el cine, en la charla, o en la cama, mi mente casi siempre está en otra parte.
La parte de mí que se encarga de hacer coordinar el amor con el enamoramiento se esconde en algún rinconcito muy oscuro y laberíntico de mi cerebro y se rehúsa a irse de ahí, llegado el caso, de ser necesario muerde y ataca al subconsciente con pequeños retazos oscuros de la última vez que se dignó a salir, y ahí se queda. Atrapada por voluntad propia o por miedo, por sentido común o instinto. Sobre todo por instinto.
Siempre sostuve muy firmemente que amar y estar enamorada son dos sensaciones muy distintas. En mi caso, el enamoramiento es puro instinto animal: Alguna atracción inexplicable hacia alguien que me nace en las entrañas de un momento a otro y que me hace sentirme idiota todo el tiempo cuando esa persona está cerca. Que me hace reír, y perder toda capacidad de ser naturalmente atrayente, con cualquiera puedo hablar y sonar interesante sin siquiera proponermelo, pero si estoy enamorada... cada palabra es calculada, cada movimiento, todo en mí vuelve a tener 15 años. Y pienso en él todo el tiempo, y tal vez hasta sueño, y lo extraño al segundo de dejar de verlo, y a mis ojos, parece perfecto.
El enamoramiento, de más está decir, es algo que dura poco. Al menos en ese estado tan puro y lamentable, puede durar hasta que ese alguien me de bola, y después, solo un mes o dos más, hasta mutar en algo mucho más maduro y decente, and yet, mucho más aburrido.
Amar es otra cosa. No amo a mucha gente. Amo a mi mamá, a mi mejor amigo, a mi golden, mal que mal, a mis hermanas (la biológica y la casi adoptiva). Amar va más allá de querer mucho. Amar para mí es la necesidad de ser incondicional en todo momento. Y un impulso interno constante de proteger, de todo mal posible, de sí mismos, de mí. Cuando realmente amo a alguien le dejo involuntariamente una parte de mí, y me vuelvo más frágil, más vulnerable y a la vez, más completa. Cuando amo a alguien me importa y me duele, cada acción, cada palabra, o me hace feliz cada gesto, cada declaración. Cuando amo a alguien por lo general se crea con esa persona una conexión imposible de descifrar por cualquier otro mortal, pero yo la entiendo. Cuando amo a alguien de verdad, no lo dudo, lo sé y es algo muy difícil de alterar. Amando puedo juzgar, y criticar, pero el amor sigue. Amando puedo odiar.
Amando me es más fácil empezar a odiar que dejar de amar. Y cuando dejo de amar... una versión de mí muere, y nace otra: Más cínica, más triste, y más centrada en las artes que en las personas. A veces amar es tan agotador que aniquila al enamoramiento.
En mi vida estuve enamorada muchas veces. De cada uno de mis novios. De muchos de mis mejores amigos. De gente que apenas conocí. Y más de una vez dije amar sin sentirlo, a veces creyendo que era cierto, otras, sabiendo que no, pero queriendo hacerlo. Pero, así como amar, en toda mi vida solo amé a dos personas de las que también estaba enamorada:
El primero, el Pequeño Caos. Cuando lo empecé a amar, yo era una estúpida con potencial. No era normal, pero quería ser distinta, que se notara. Tenía el pelo hasta la mitad de la espalda, todas mis remeras tenían el mismo corte, en colores vivos. Ya era un poco histérica, pero bastante inocente. No había probado ninguna droga más que el alcohol caro. Recién me hacía vegetariana. Cuando lo dejé de amar, se murió por completo esa versión de mí, para esa altura tenía el pelo a la nuca y de colores, mi ropa era oscura, mi histeria le llevaba mucha ventaja a mi inocencia, ya no quería saber nada ni de drogas ni de alcohol, y recién me hacía bulímica.
Pero no me dejo convencer hasta ese punto, algo en mí me lo impide: Entregarme, jugarmela, dejarme vivir un error hasta que se convierta en acierto. Aunque mi cuerpo esté ahí, en el parque, en el cine, en la charla, o en la cama, mi mente casi siempre está en otra parte.
La parte de mí que se encarga de hacer coordinar el amor con el enamoramiento se esconde en algún rinconcito muy oscuro y laberíntico de mi cerebro y se rehúsa a irse de ahí, llegado el caso, de ser necesario muerde y ataca al subconsciente con pequeños retazos oscuros de la última vez que se dignó a salir, y ahí se queda. Atrapada por voluntad propia o por miedo, por sentido común o instinto. Sobre todo por instinto.
Siempre sostuve muy firmemente que amar y estar enamorada son dos sensaciones muy distintas. En mi caso, el enamoramiento es puro instinto animal: Alguna atracción inexplicable hacia alguien que me nace en las entrañas de un momento a otro y que me hace sentirme idiota todo el tiempo cuando esa persona está cerca. Que me hace reír, y perder toda capacidad de ser naturalmente atrayente, con cualquiera puedo hablar y sonar interesante sin siquiera proponermelo, pero si estoy enamorada... cada palabra es calculada, cada movimiento, todo en mí vuelve a tener 15 años. Y pienso en él todo el tiempo, y tal vez hasta sueño, y lo extraño al segundo de dejar de verlo, y a mis ojos, parece perfecto.
El enamoramiento, de más está decir, es algo que dura poco. Al menos en ese estado tan puro y lamentable, puede durar hasta que ese alguien me de bola, y después, solo un mes o dos más, hasta mutar en algo mucho más maduro y decente, and yet, mucho más aburrido.
Amar es otra cosa. No amo a mucha gente. Amo a mi mamá, a mi mejor amigo, a mi golden, mal que mal, a mis hermanas (la biológica y la casi adoptiva). Amar va más allá de querer mucho. Amar para mí es la necesidad de ser incondicional en todo momento. Y un impulso interno constante de proteger, de todo mal posible, de sí mismos, de mí. Cuando realmente amo a alguien le dejo involuntariamente una parte de mí, y me vuelvo más frágil, más vulnerable y a la vez, más completa. Cuando amo a alguien me importa y me duele, cada acción, cada palabra, o me hace feliz cada gesto, cada declaración. Cuando amo a alguien por lo general se crea con esa persona una conexión imposible de descifrar por cualquier otro mortal, pero yo la entiendo. Cuando amo a alguien de verdad, no lo dudo, lo sé y es algo muy difícil de alterar. Amando puedo juzgar, y criticar, pero el amor sigue. Amando puedo odiar.
Amando me es más fácil empezar a odiar que dejar de amar. Y cuando dejo de amar... una versión de mí muere, y nace otra: Más cínica, más triste, y más centrada en las artes que en las personas. A veces amar es tan agotador que aniquila al enamoramiento.
En mi vida estuve enamorada muchas veces. De cada uno de mis novios. De muchos de mis mejores amigos. De gente que apenas conocí. Y más de una vez dije amar sin sentirlo, a veces creyendo que era cierto, otras, sabiendo que no, pero queriendo hacerlo. Pero, así como amar, en toda mi vida solo amé a dos personas de las que también estaba enamorada:
El primero, el Pequeño Caos. Cuando lo empecé a amar, yo era una estúpida con potencial. No era normal, pero quería ser distinta, que se notara. Tenía el pelo hasta la mitad de la espalda, todas mis remeras tenían el mismo corte, en colores vivos. Ya era un poco histérica, pero bastante inocente. No había probado ninguna droga más que el alcohol caro. Recién me hacía vegetariana. Cuando lo dejé de amar, se murió por completo esa versión de mí, para esa altura tenía el pelo a la nuca y de colores, mi ropa era oscura, mi histeria le llevaba mucha ventaja a mi inocencia, ya no quería saber nada ni de drogas ni de alcohol, y recién me hacía bulímica.
Y el segundo, mi Karma hecho a medida. Lo paradójico de él, es que me empezó a amar cuando yo no conocía al otro, y me dejó de amar cuando empecé a amarlo a él. Para dejar de amarlo a él también hubo llantos, y nauseas, y ataques de pánico, y pesadillas, y música triste... por un tiempo. Después mi sistema inmunológico colapsó desde adentro y vino todo lo demás: La internación, los chicos de rebound, este blog. Murió la versión de mí que confiaba en el estar destinados, en el amor de por vida, en la adoración mutua, en todo lo que pudieran decir esos ojos negros con su mirada transparente. Nació algo más fuerte, más talentoso, más brillante y mucho más solitario.
Nació una versión de mí que ya no envidia al ave fénix, porque estar vivo es hermoso, pero el fuego quema demasiado, el segundo de la muerte duele, y después las cenizas no te dejan respirar.
Nació una versión, en fin, que ya no se deja alcanzar por un actor con tanto talento como falta de voluntad para hacerlo valer, o por un guitarrista deprimido y deprimente, o por un fotógrafo que eligió esa profesión como excusa para no tener que ver pasar la vida con sus propios ojos... o siquiera por un arquitecto que sólo construye en mi vida estructuras perfectas y estables.
Esta versión de mí me gusta tanto por sí sola que no me animo a dejar que nadie la alcance, quién se acerque lo suficiente como para lograr alcanzarme, well, también puede alejarse después hasta ser inalcanzable, y no:
Esta versión de mí no se quiere morir.
Nació una versión de mí que ya no envidia al ave fénix, porque estar vivo es hermoso, pero el fuego quema demasiado, el segundo de la muerte duele, y después las cenizas no te dejan respirar.
Nació una versión, en fin, que ya no se deja alcanzar por un actor con tanto talento como falta de voluntad para hacerlo valer, o por un guitarrista deprimido y deprimente, o por un fotógrafo que eligió esa profesión como excusa para no tener que ver pasar la vida con sus propios ojos... o siquiera por un arquitecto que sólo construye en mi vida estructuras perfectas y estables.
Esta versión de mí me gusta tanto por sí sola que no me animo a dejar que nadie la alcance, quién se acerque lo suficiente como para lograr alcanzarme, well, también puede alejarse después hasta ser inalcanzable, y no:
Esta versión de mí no se quiere morir.