Los libros me entregan a veces personajes de los que me enamoro sin remedio, los amo con devoción, les entrego un lugar en mi corazón sabiendo que viviendo ahí dentro son libres de hacer destrozos irreparables. Y después de amarlos sufro con ellos, por ellos, me desespero en la necesidad de que vivan bien y sean felices, o mueran dignamente y con la mayor altura posible. Ningún amor nuevo borra a los anteriores.
Creo que, de entre todos los seres de tinta a los que conocí, Harry fue mi primer amor.
Supongo que tuve suerte: con él entendí muy rápido que amar a seres inexistentes iba a ser desgarrador, ¿cuántas veces lloré por él? Cientos. Si cuento las releídas: miles. Por supuesto me enamoré también de Sirius, y de Fred, pero eran amores relativamente tolerables, devastadores sí, pero posibles de superar. La primera vez que leí 'Harry Potter y la Piedra Filosofal' tenía al rededor de nueve años. Hoy pasaron más de diez, y lo sigo amando. Mi amor por él es la clase más noble de amor: porque sé que en su mundo está felizmente casado y tiene hijos con otra chica que no soy yo, y, lejos de lastimarme, me alegra profundamente el alma (eso se debe claro, a que eligió a la misma chica que yo elegí para él desde el principio).
En diez años de lectura desde ese primer amor, me enamoré muchas veces: del Will de Lyra y lloré mucho su tragedia, porque ella era la indicada para él, del Grifo y no quise mucho a su esposa, de Lemony y su irreparable karma de estar vivo sin la chica que creó tanta genialidad a partir de una elección tan errónea... a veces amo mucho al hijo de ella, también lo sigo amando a él. De Davos, de Robb, de Jaime, de Tyrion, y por sobre todos, de Jon Snow.
Jon, por el que lloré tantos ríos salados que mi perro de orejas largas subió una escalera para buscarme y tumbarse a llorar conmigo. Jon, al que sigo llorando hasta nuevo aviso. Cuando era chica y estúpida, claro que amé también a Edward, lo amé tanto que mi imágen mental de él nunca jamás se va a borrar por muchas veces que vea a Robert Pattinson intentando encarnarlo. Hasta ahora no superé del todo a ninguno de mis amores literarios, pero a él sí, y cuando dejé de ser chica y estúpida, empecé a amar a seres mucho más oscuros: señoras y señores, con ustedes, el doctor Hannibal Lecter.
El podio siempre se mantuvo, Lemony al frente, Jon detrás, Jaime y Harry en lucha pareja por el tercer puesto... y entonces llega Peeta.
Peeta y sus ojos azules, a juego en mi vida con el chico de ojos verdes: llegan con la misma voluntad de arrasar con todo lo previamente conocido, con toda mi creencia de que ya no podía amar ni en la vida ni en la ficción a nadie nuevo con tanta fuerza. Peeta me desgarra el corazón con toda su perfección mental, emocional y estética, porque al leerlo lo amo: Lo amo tanto que necesito que sea real, y sea mío, pero no va a ser así.
Y me enojo con todos los hombres que conozco porque no son como él. Me enojo con todos los hombres que pasaron por mi vida y por el mundo, sin siquiera llegar a comparársele... y pienso: ¿Quién? ¿Quién podría jamás alcanzar ese nivel de dulzura y entrega al amor por una chica? ¿Quién, conservando su humor sarcástico y su capacidad de decir la palabra justa, en el momento justo? ¿Quién intentando que todos se sientan lo mejor posible? ¿Quién lo suficientemente especial como para estar loco y valorar cosas tristes, sin perder la alegría ni la inocencia? Y un día, mientras leo, simplemente caigo en la cuenta: Antes de convertirse en mi karma hecho a medida, antes de aprender a desviar de mí sus ojos negros, antes de forzarse a odiarme, antes de que yo lo lastimara hasta arruinarlo, antes de que luchara contra sus ganas de mí hasta mutar en la peor versión de sí mismo, antes, cuando éramos chicos y felices: él era así.
Me pregunto si alguna vez lograré perdonarme por haberlo perdido en todos los sentidos posibles (perdido, echado a perder). Me respondo que no. La vida no da oportunidades así dos veces. El mundo no fabrica chicos como él de a más que uno entre mil, entre un millón, entre todos los demás. Me acuerdo de que logré dejar de amarlo cuando entendí que ya no iba a volver, por mucho que a veces pareciera resurgir de entre las sombras de su personaje nuevo.
Peeta es feliz porque es mejor que todos nosotros y que todos ellos, yo aún sufro por él, porque ella no se lo merece, como yo no merecía a mi versión hecha a escala por la realidad.
Estoy siendo consumida cada día un poco más por el sentimiento incuestionable de enamorarme de alguien nuevo: Mi partenaire improvisado todavía baila improvisadamente conmigo, y juro que cuando me toca creo que nunca voy a querer volver a bailar con nadie más que él. Por mucho tiempo creí que era hermoso y vacío, después, que era uno de esos personajes de libro: inalcanzable por ser mucho mejor persona que yo, hasta que entendí que no, y me enamoró más. Somos tan parecidos que duele. Coincidimos hasta al opinar sobre nuestras diferencias. Nos parecemos en cosas en las que nadie que conozca querría parecerse a mí. Lo siento lejos, lo quiero cerca. Se parece a mí al punto de que sé que no tengo idea de quién es y me desquician las ganas de averiguarlo. Se parece tanto a mí que puede jugar conmigo y hacerme mal.
Estoy muy cansada de todos mis días tal cual vienen siendo, tal cual van a ser por una semana más, 'es el último esfuerzo' y no encuentro ganas ni de afrontarlo. Quiero dejar de ensayar, quería dejar de hacer todo lo que estaba haciendo excepto de leer, y eso claro, es lo único que ya terminé de hacer. Quiero volver a sentirme dueña de mi vida y de mis horarios. Quiero volver a sentirme feliz y realizada. Quiero volver a desear un público familiar perdido en la multitud. Quiero que pase la última función y ya ni siquiera me interesa si sale bien o mal, si me van a ver o no, si hago mi parte al 100%, lo único en lo que puedo pensar con cada día que pasa de largo y me acerca más a ese momento, es que él va a estar en el escenario conmigo, y ella en la platea.
¿Por qué?
¿Por qué ella?
¿Por qué no la deja?
¿Por qué no me elije?
¿Por qué no estamos juntos de verdad?
¿Por qué no hace lo que él quiere cuando yo se lo pido?
¿Por qué no está conectado ahora si yo no doy más de extrañarlo?
¿Por qué no me alejé de él en cuanto empezó a provocarme un poco de dolor?
No sé por qué, y ella va a estar en la platea.
Extraño a Peeta desde que empezó a convertirse en un recuerdo, ya no voy a leer palabras nuevas de su boca, sólo queda releerlo. Y lo extraño a él desde que nunca lo tuve, hasta que por fin lo tenga para mí. Extraño todos los sueños e ilusiones con los que arranqué este año, no recuerdo si alguno sigue en pie. Extraño no sentirme rota y triste, no recuerdo cuándo fue la última vez... Extraño demasiado a mi perro, al grande, al que es dorado brillante y opaca todo cuanto queda cerca de él (aunque el enanito también me consuele como el otro cuando lloro al leer). Extraño sentir que tengo un lugar en el mundo, incorruptible y mío. Extraño hacer las cosas con ganas reales y no fingidas. Lo extraño a él. Una y otra vez lo extraño a él incluso cuando lo tengo en frente. Siempre que no estemos solos, lo extraño a él.
Extraño la chance inventada en la que nací estúpida y mediocre, con sueños de fácil resolución por ser casi tareas a cumplir, sin pasión ni talento algunos, sin calor en las venas, sin visión potencial, sin dudas, sin misterios, sin defectos sociales, sin amores amorales, sin ideas atemporales, sin estas ganas furiosas de comerle la boca, sin insomnio, sin dolor en todo el cuerpo por bailar, sin los ojos hinchados por dormir poco, leer mucho y llorar más. Sin principios, sin ideales, sin miedos, sin capacidad de cuestionarme en vez de dar todo por sentado, sin nada de lo que me hace ser yo, porque ser yo a veces es insoportable.
O tal vez no, tal vez ser yo está bien, y lo que es insoportable es que mi mundo no sea como yo lo quiero.
Tal vez el problema no soy yo en el escenario sino ella en la platea.
Tal vez el problema no soy yo en el escenario sino ella en la platea.
Tal vez el problema no es ser como soy.
Tal vez, después de todo, no está mal ser una chica, y leer, y enamorarme.
Tal vez el problema es que él sea un chico, y lea, y no se enamore de mí.
No hay nada mejor que enamorarse de unos ojos que leen y de un corazón que escucha, sin duda..
ResponderEliminarBesos.