domingo, 31 de octubre de 2021

Liefmans en Lorelei

Como cuando hacés la estupidez de esperar a que alguien te hable primero, porque vos diste el primer paso la última vez, y te habla, desafiando a todos los fantasmas de los Halloweenes pasados. Se ofrece a pasarte a buscar, porque eso siempre es más romántico que encontrarse en algún lado, y vamos a un bar que veo siempre pero al que no había ido nunca. Nos sentamos afuera porque él fuma. La consecuencia de eso es que durante todas las horas que pasamos ahí, los tipos de la mesa de al lado le piden una y otra vez su encendedor. Le hablan en Neerlandés, aunque entre nosotros hablamos en Inglés y los dos le hablamos en Neerlandés al mozo. Me pregunto por qué la gente siempre sabe que no soy de acá, en qué parte de mi acento es tan obvio. Tal vez simplemente nos escuchan hablar sobre Argentina. Sobre pobreza e infancias felices. O sobre sexo. Sobre amor. Sobre relaciones. Sobre política. Sobre Bélgica. Le hago todas las preguntas realmente interesantes y las responde siempre sin filtro. Me cuenta sobre esa chica que conocí en la misma fiesta en la que lo conocí a él. Se quedaron hasta muy tarde porque ninguno de los dos se animaba a dar un primer paso, pero los dos querían darlo. Vírgenes. Siebe y yo nos fuimos de esa fiesta a otra, con su ex. Y pudo haber pasado algo pero no pasó nada. Vírgenes también. Me pregunto si la gente aprende algo cuando nos escucha hablar. Me pregunto si se preguntan si están viviendo bien. O si nos juzgan pretenciosos e idiotas. Decidimos tomar una cerveza más antes de salir a caminar por la ciudad, y elige una cerveza roja, frutal como la mierda. Dice que es algo que los adolescentes toman para iniciarse en la cultura alcohólica, porque es dulce y fácil de bajar. Pero en algún momento el Patriarcado dicta que los varones dejen de beberla, porque sabe demasiado a frutos rojos y eso de alguna manera inconcebiblemente abstracta es femenino. Así que él la sigue ordenando, para desafiar el status quo. Me pregunto cuántos de nuestros gustos y hábitos están determinados por pequeños actos de rebeldía cotidiana. Salimos a caminar, por esa ciudad que no es Rosario y que tiene otra magia. Nunca no me parte al medio la estética gótica del centro. Nunca dejo de pensar lo imperdonable que es que los habitantes de este mundo no reconozcan su belleza. ¿Ser de acá implicaría llegar a naturalizar esa belleza? ¿Quiero entonces ser de acá? Caminamos hacia una ruta que nunca suelo tomar. Llegamos a un muelle contra el río, un pequeño anfiteatro de cara al agua, con una escultura roja que mandé a mis amigos a ver cuando estaban acá, pero no fui con ellos. Creía que la escultura se llamaba Leonor, pero se llama Lorelei. No guío tours por esta zona. Y estamos cerca. Muy cerca. Le cuento sobre los hombres que fueron importantes en mi vida (que son). Y siento algo a punto de ebullición que no estoy dejando que explote. Escucho su voz pero viene de dos lugares distintos. Le digo “Creo que esa cueva al costado del canal está haciendo eco de tu voz. Te escucho doble. O tal vez otro Adam vive ahí solo, tan solo que repite todo lo que decís vos que estás afuera en el mundo. Y vas a tener que vivir con esa idea en tu mente para siempre.” Saluda al río y escucha su propio eco, para confirmar una teoría o la otra. Más tarde, mucho más tarde, cuando le digo que aprenda, que me crea, que siempre que se siente mutuo es porque es mutuo (me trata de boomer sabia, con esa capacidad irritantemente atractiva que tienen algunos flacos de elogiar y denigrar al mismo tiempo) le digo que el chocolate probablemente también quiere ser comido, porque sino no podría ser tan delicioso, y me dice “A veces te pido que repitas algo porque creo que escuché mal, pero después repetís exactamente lo mismo”. Le digo que es un chiste. Un personaje. Que cuando sueno como diálogo de libro es a propósito, un poco irónico también, que se supone que él sepa la diferencia, “No tengo idea”, dice. Un poco más temprano, en un muelle distinto, sin Leonor ni Lorelei, al que llegamos de la mano, le pregunto “Adam, we talked so much about honesty, about saying what we want. What do you want from this?” “Everything that I can get, that you can give me” dice él. Y no mucho más tarde nos besamos. Le digo en algún punto antes del beso que no me molestaría tenerlo en mi vida como amigo, sin la necesidad de tener sexo. Que creo que es una persona llena de magia, y que necesito más magia en mi vida. Así que si no cogemos, o si cogemos y no está bien, no creo que haya problemas. Pero después nos besamos. Y le digo que en general, se sabe desde el primer beso si coger va a estar mal, y a juzgar por ese beso lo dudo mucho. Me pregunta si tener sexo con gente nueva suele ser así para mí. “Así” = hablar durante horas y desvestirse de a poco, con algunos interludios mucho más físicos, pero que no escalan del todo porque la charla es igual de interesante. No, le digo, nunca es así. Esa es la dinámica que una tiene con una pareja estable, no con un desconocido. La dinámica de la confianza, de la comodidad. Le pregunto si así será la forma en la que gente como él y yo se hacen amigos. Me dice que probablemente sí. Le digo que nos ahorramos toda la parte ridícula de intentar tener una relación monogámica. Me dice que pasamos directamente a cuando volvés a tener sexo después de cortar, y se hacen amigos. “Es la mejor parte”, decimos los dos. Y me acompaña a casa, porque eso es mucho más romántico que ser un idiota que se llena la boca hablando de Feminismo pero después manda a la chica a su casa, de noche sola. “What are you feeling?” “I’m… crushing, kinda hard, on you” “Hardcore crush, yeah, that’s accurate”, es mutuo, le digo, cuando se siente mutuo es porque es mutuo. El chocolate probablemente también quiere ser comido, sino no sería tan delicioso. Lo digo en personaje pero en el personaje hay algo de mí. Y en su estética cuidada de película I.Sat Adolescente hay algo de él. El chico es la encarnación de la rebeldía ante el Patriarcado. Por eso es gracioso que se llame como el primer hombre, el onvre original. Son los aros de gitano y las uñas de colores, sí, pero es sobre todo el tono absolutamente casual en el que me dice que podemos seguir cogiendo sin penetración. Es su bisexualidad asumida y la camisa retro. Y la cerveza frutada y los libros, el tocadiscos y la bandera de Rosa Luxemburgo. Es el hecho de que la violencia no sea lo suyo, pero esté dispuesto a explorar mi violencia, con sus límites. Es el hecho de que tenga límites. Me dice “Por favor, por favor sé totalmente honesta con Siebe. Pero asegurate de que esto pueda volver a pasar.” Así que entro a mi casa y me baño, me acuesto a dormir junto a Siebe, y al despertar soy totalmente honesta con él. Pero me aseguro de que eso pueda volver a pasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario