Me engancho una noche con una película sobre un oso gigante, y al día siguiente aparece un oso gigante de regalo en mi puerta. Digo una tarde que Episodio II es mi Star Wars favorita, y a la noche la pasan en la tele. Menciono en una previa que quiero sentarme lejos del hermano de mi ex, y en cuanto llego a la otra fiesta veo al ex en cuestión sentado en la mesa de al lado. Pienso en mi Nerd Toy durante tres cuadras, y a la cuarta lo veo caminando frente a mí. Me mencionan a dos actores sin ninguna relación recordable entre sí, y al instante, buscando otra cosa encuentro un video de ellos interactuando. Leo un día un ensayo de Loomis sobre cómo el observador modifica lo que ve, y al día siguiente almuerzo con mi viejo y empieza a hablar sobre lo mismo. Estoy imantando cosas. Películas, objetos, ideas, personas.
Hace una semana y media que si un pensamiento predomina en mi mente, el Universo encuentra la forma de materializarlo ante mi... con una pequeña excepción, claro. Vos, que siempre (y desde hace mucho más que una semana y media) predominas en mi mente, no apareces en ningún lado. Estás en el libro, sí.
Más me acerco a su final, más cosas entiendo. Pero en la vida, ¿cómo hacés para esquivar con tanta efectividad todos los imanes con los que intento atraerte?
El libro de Loomis dice "Lo cierto es que podemos con facilidad adiestrar al ojo para que vea lo que queremos que vea; en efecto, ya ha sido adiestrado para ello. Podemos distinguir en una muchedumbre la cara que estamos buscando, y apenas tener conciencia de los demás rostros." y sé que en teoría se refiere a analizar lo que vemos para pintarlo en forma fiel a nuestra propia percepción, pero en la práctica, toda esa frase me habla de vos. Mis ojos están adiestrados para verte en todas partes, el Universo lo sabe y se ríe de mí: Me dice "Pedí lo que quieras y de una forma u otra es tuyo, lo que quieras, menos a él."
Y ya sé que no te puedo tener, ya sé que quererte es al pedo, ya sé que si pidiera algo sobre vos debería ser seguir teniéndote lo más lejos posible. Ya sé que esperar encontrarte y saber que no voy a hacerlo me consume un poco todos los días. Y me miro cada mañana al espejo:
La piel blanca, las ojeras azules, los ojos marrones... marrones? Pero mis ojos eran verdes.
Siempre fueron verdes, aunque al conocerme la gente tardara un tiempo en notarlo, siempre me lo decía al final. Mis ojos eran verdes, me fijo más de cerca: lo siguen siendo. Pero no como antes... no como antes de enamorarme del chico con los ojos más verdes del mundo. Y una mañana ese pensamiento me inquieta, recuerdo la forma en la que te miraba, con cuánta devoción, con cuántas ganas de darte todo, y cómo cada vez que me mirabas tus ojos parecían ser más verdes... me pregunto si cada vez que tus ojos se clavaban en los míos les robaban un poco de color.
Y por supuesto, quiero verte, quiero cruzarte en la calle y ver tus ojos color verde kriptonita... pero más quiero verme al espejo y que mis ojos sean tan verdes como solían ser.
Quiero verte, pero algo dentro mío me dice que tenga cuidado, que estoy imantando cosas, que tarde o temprano por ley de atracción te voy a llamar con tanta fuerza que no vas a poder evitar responder, y que al aparecer, si te dignas a mirarme, y si al hacerlo lográs sostener el personaje de Tomás sin que se trasluzca para nada R., entonces capaz me vacíes por dentro y me rompas, y te vayas llevándote con vos el poco verde que queda en mis ojos.
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