Ella se levanta el Jueves a las seis de la mañana, se baña (nunca logra despertarse si no se baña), se cambia, junta sus cosas -se hace tarde-, y se sube al auto con su vieja. Durante el viaje tienen otra discusión por el mismo tema: "No desayunaste al final" <Omite casualmente que fue ella quien la apuró para que se fueran de la casa> "Tomé algo" "Qué cenaste ayer?" <Finge que no se acuerda, pero se acuerda de que no cenó nada> "No me acuerdo, creo que no comí mucho" "Así que no cenaste ayer y no desayunaste hoy" "Comí algo ayer y tomé algo hoy". (No come más porque de hacerlo, vomitaría; Tampoco aclara que volvió a vomitar). Hace la clase de elongación casi dormida en el piso, cuando se va tampoco está pensando, tiene que ir a la facu, eso es básicamente todo lo que llena sus pensamientos, eso y música: se toma un colectivo, el primero que viene, no se lo suele tomar.
Blanca se despierta bien temprano en su cama matrimonial, le duele un poco ponerse en pie con su dolor de pierna, pero más le duele ver la foto de la mesita de luz junto al lugar vacío de la cama: una pareja joven y sonriente. Igual no la va a sacar, tan fuerte como el dolor es la felicidad que le genera verla todas las mañanas, es lo que le da fuerzas para arrancar el día. Y el día que le espera es más bien largo: tiene que ir al banco a cobrar su jubilación, sabe de antemano que el trámite va a ser denso, y que la cola va a ser interminable por muy temprano que llegue, pero igual desayuna y le da de comer al gato, se arregla el pelo que se lavó la noche anterior, se viste elegante, y sale. En el banco se encuentra a Rita y conversan un rato, su amiga le cuenta que su nieta crece amorosa y linda, ella lo cree, todos los nietos son lindos a sus ojos (ella nunca pudo tener un bebé). Más tarde va al baño del banco para guardarse el dinero: Parte en la media derecha, parte en el bolsillo interior del abrigo, parte en su monedero, que cierra con la mano en la que lleva enrollado el rosario a donde sea que vaya. Con esa misma mano para el colectivo,ya es la 1:30, en ese horario el chofer debe ser Mario.
Magui se aburre en la escuela, las chicas del curso en su mayoría no son sus amigas, no es de hablar mucho con nadie. Intenta concentrarse en la clase, pero le cuesta dejar de pensar. Antes de salir de casa le preguntó a mamá por qué papá no venía a buscarlos. Mamá le dijo -un poco tensa- que él tuvo que llevar a Sol al médico porque se sentía mal. Sol es la otra hija de papá, a Magui no le cae bien porque es maleducada, caprichosa y se porta como una nena de 5 años aunque tiene casi su misma edad, hasta su hermanito es más maduro que ella. Además papá no la lleva nunca al médico cuando ella se siente mal, no fue ni siquiera cuando estuvo internada una semana cuando le sacaron las amícdalas... ¿amigdalas? (Todavía no logra acordarse cómo se pronuncia bien, a ella de por sí le dicen 'Magui', aunque se llama Macarena, porque a Sera no le salía pronunciar bien la Q cuando era chiquito. Si la apodan por una mala pronunciación, puede pronunciar mal una parte del cuerpo que ya ni tiene). No se acuerda mucho de eso igual, era chiquita, papá recién acababa de irse de casa. Se acuerda del olor a hospital, de las agujas, de la gente enferma, y de que pasó 7 días seguidos comiendo helado, pero él no apareció. Magui ya no puede comer helado, se le hace ácido el sabor. Aún así le compra un helado a su hermanito, con sus ahorros, mientras esperan a que mamá llegue a buscarlos, lo quiere distraer. Cuando mamá por fin llegue seguro se queja de que él no va a tener hambre para el almuerzo, pero seguro Sera come igual, siempre tiene hambre y sueño y ganas de jugar, es el nene más dulce del mundo. Ella no tiene muchas ganas de nada, está pensando en nada cuando mamá para el colectivo y empiezan a subir, de vuelta a casa.
Se despierta en un charco de mugre, no sabe ni cómo llegó ahí -por poco se acuerda su nombre-. Pero sabe que tiene que llegar a algún lugar, siempre se está moviendo, si está despierto y medianamente sobrio no soporta estar quieto. Estar quieto lo hace pensar, y pensar es gratis, pero sus consecuencias no. ¿A dónde va a ir hoy? Decide que al parque, a mirar a los patos que comen pan en el laguito. Los patos siempre lo tranquilizan, tienen una vida fácil, patos de mierda, lo único que hacen es nadar... al fin y al cabo no se diferencian tanto de él, él tampoco hace mucho. Se va a tomar algún colectivo, no uno que lo lleve al parque, o que lo deje cerca, sino alguno que el chofer lo deje tomar, porque de momento, no lleva monedas encima.
Se despierta en un charco de mugre, no sabe ni cómo llegó ahí -por poco se acuerda su nombre-. Pero sabe que tiene que llegar a algún lugar, siempre se está moviendo, si está despierto y medianamente sobrio no soporta estar quieto. Estar quieto lo hace pensar, y pensar es gratis, pero sus consecuencias no. ¿A dónde va a ir hoy? Decide que al parque, a mirar a los patos que comen pan en el laguito. Los patos siempre lo tranquilizan, tienen una vida fácil, patos de mierda, lo único que hacen es nadar... al fin y al cabo no se diferencian tanto de él, él tampoco hace mucho. Se va a tomar algún colectivo, no uno que lo lleve al parque, o que lo deje cerca, sino alguno que el chofer lo deje tomar, porque de momento, no lleva monedas encima.
El chico desconocido se despierta a una hora desconocida, en su casa de dirección desconocida. Sigue teniendo sueño, o tal vez no. Pero en algún momento dado se levanta y puede que desayune, o se bañe, o se cambie directamente, para emprender después el camino hacia algún destino incierto, con algún objetivo borroso. Se sabe muy poco de él -su edad, por de pronto, no se sabe, aunque puede rondar entre los 18 y los 21 años a juzgar por su aspecto- y la mitad de eso que se sabe en realidad se presume: Puede que sea medio rollinga, porque se viste como tal, de ahí que se asuma que escucha determinadas bandas de rock nacional y alguna que otra extranjera. Se sabe que no es terriblemente atractivo, pero que si tiene algún encanto físico. No se sabe su nombre, tampoco. Lo que si se sabe de él, a ciencia cierta, es que en algún momento del Jueves, entre las 12 y la 1, se tomó un colectivo de línea 143, bandera roja.
Jueves a las 13.18 hs (el momento), colectivo 143 rojo (el lugar): Una chica apagada sube, marca y se para junto a una ventanilla al fondo a la izquierda, pero a la cuadra nota un lugar vacío adelante a la derecha, frente a un chico llamativo con una remera verde, auriculares gruesos y un bolso tejido, con una fila de par de asientos de por medio, pero en frente al fin. Siente un olor desagradable y persistente: proviene de un borracho que se sienta un lugar a la izquierda y uno adelanta de donde está ella, que destapa su alcohol en gel chico -el que lleva a todos lados- y aprovecha el momento para aspirar algo mejor mientras se limpia las manos. Después acomoda su mp3, y pone a sonar un punk más bien clásico. Mira al chico misterioso, y él la mira a ella, pero no se dicen nada. 5 o 6 paradas más adelante, una madre sube con sus dos hijos que parecen volver de la escuela, el más chico, indudablemente lindo y con cara de cansado, la más grande, (y no por eso no muy chica) con un reluciente pelo negro coronado por una colita con vaquitas de san antonio, esos insectos de plástico se ven repetidos también en su mochila, señoras y señores: tenemos una afición. La nena se sienta en la fila de adelante de ella, y el nene, junto al chico misterioso. No llevan 10' de viaje sentados así cuando el nene empieza a caerse más y más contra el lado del chico: se está quedando dormido. Ella mira la escena, divertida, pero la madre no la advierte porque parece ensimismada: Cuando por fin lo nota el nene ya tiene los párpados casi caídos por completo, le da un tirón suave del brazo para que deje de aplastar a su pobre acompañante. El nene se sonroja, la chica se ríe, el chico también, se vuelven a mirar, y una vez más no se dicen nada. Al rato él se hace el dormido contra el hombro del nene, que se ríe, el chico se quita los auriculares y le empieza a hablar, el nene le responde todavía en tono algo avergonzado y cauteloso, pero la conversación le gana, y al poco rato ya habla fluídamente. Cada tanto su interlocutor le echa una mirada a la chica que se le siente en frente, a una fila de distancia, y ella lo mira también, le sonríe y voltea hacia la ventana, él hace lo propio. El chico misterioso saca de su bolso misterioso un artefacto tecnológico plagado de misterio (también puede que fuera una netbook) y con eso entretiene un poco más a su pequeño compañero que se muere de emoción. La hermana mayor del nene mira a una distancia prudencial, algo intrigada, algo aburrida: Parece haber visto esa escena mil veces. La madre vigila la situación con más miedo por el chico que por su hijo: no quiere molestar. El chico busca con la mirada a su silenciosa chica del público, le sonríe una vez más, y una vez más no se anima a decirle nada, pero entonces ella se cansa de esperar eternamente y se levanta, porque su recorrido está llegando a su fin. Él también se levanta, pero en su caso, para dejarle el lugar a una señora mayor, con la que también interactúa animadamente, ¿Será posible que alguien tan misterioso pueda resultar tan desinteresadamente amable? Ella no lo cree posible, pero aún así le dispara una última mirada justo antes de bajarse, y le regala una última sonrisa justo después: No sabe si él existe realmente, pero tampoco le importa porque ahí, en su solitario mundo y rodeada de gente, no sabe nada de él.
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